Por: Abigail Arredondo Ramos

(Artículo publicado en El Universal Querétaro)

Ahora que se ha puesto de moda hablar de Robert Oppenheimer, dado el estreno de la película biográfica del cineasta Christopher Nolan, es inevitable reflexionar en torno a si la bomba atómica fue un invento que permitió traer paz al mundo o si, por el contrario, abrió la puerta a la destrucción.

El llamado “padre de la bomba atómica”, (mote que lo persiguió toda su vida aun en contra de su voluntad), fue el primero en comprender el alcance y repercusión que su invento traería para la humanidad. Se trataba, ni más ni menos, del arma de extinción masiva más letal que se hubiera creado jamás.

En sus inicios, el propósito era noble y hasta justificado: derrotar a los nazis y terminar con la guerra; sin embargo, el uso que se le dio en Hiroshima y Nagasaki ha sido duramente criticado y hasta condenado. ¿Era necesario lanzar la bomba cuando Japón ya no contaba con los recursos para mantener un conflicto con los Estados Unidos? El debate sigue abierto.

No obstante, como lo vaticinaron sus creadores, más allá de que la bomba dio por terminada una etapa catastrófica de la historia, abrió la puerta a otra igual de peligrosa: una carrera armamentista de treinta años entre americanos y soviéticos donde el destino del mundo pendió siempre de un hilo. Hasta hoy el riesgo de una tercera guerra mundial sigue vivo. Cientos de países cuentan con armas de destrucción masiva, algunas 10 veces más potentes que las utilizadas en esa época. Los efectos de un conflicto bélico a esas escalas serían catastróficos. Literalmente, apocalípticos.

Si bien el control de los materiales radiactivos es un tema de alta prioridad en las naciones unidas, la realidad es que la tensión constante entre potencias del globo hace que el riesgo se vuelva insostenible. Ejemplo de ello es el conflicto entre Rusia y Ucrania, mismo que ha escalado a niveles preocupantes con la intervención de la OTAN y los Estados Unidos en apoyo a los ucranianos, enviando armamento y recursos para la resistencia; frente a un Vladimir Putin amenazante y cerrado, que ha mencionado en varias ocasiones, que no dudaría en usar misiles nucleares frente a sus enemigos.

Sin duda, la bomba atómica vino a cambiar radicalmente los conflictos bélicos. El riesgo de guerras nucleares está a la orden del día y, en ese contexto, debemos ser muy precavidos. Algunas personas pretenden endosarle la responsabilidad a Oppenheimer; sin embargo, la realidad es que dicha amenaza viene realmente de algo más profundo: la polarización.

Seguimos viendo el mundo en dos posturas: blanco-negro, capitalismo-socialismo, liberales- conservadores, buenos-malos, etc. Esa división no solo la vivimos a escala global, sino desde lo local. Todos los días somos testigos del encono social, la descalificación y el fanatismo.

Si bien la tecnología y la ciencia han avanzado, la diplomacia no. Cada día que encendemos la televisión, la radio o estamos en redes sociales, vemos manifiesta esa polarización, impulsada por quienes tienen el control del micrófono y que abiertamente dividen y confrontan, hablando de “adversarios” o “enemigos”. Eso no se debe tolerar.

Debemos entender que para la gente el bienestar y la paz es su prioridad. Nadie quiere guerras o conflictos, sino seguridad, servicios de calidad, estabilidad económica y desarrollo social. Seamos conscientes de que la polarización nos puede llevar a un laberinto sin salida, a un conflicto interminable que nos autodestruya, aquel que Oppenheimer advirtió: ser rebasados por nuestra propia invención.