Por: Abigail Arredondo Ramos

Columna publicada en el periódico El Universal Querétaro

 

Octubre se pinta de rosa.

En clara alusión a lo relevante que es prevenir el cáncer de mamá, octubre se ha convertido en el mes en el que las instituciones, organizaciones civiles y público en general, adoptan el color rosa como signo de solidaridad, tanto con las personas que han sufrido esa terrible enfermedad, como para hacer conciencia de lo importante que es su prevención.

Y no es para menos. De acuerdo con información oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cáncer de mama es el tipo de cáncer más común en el mundo y la principal causa de muerte en mujeres. Tan sólo en el 2020, se registraron 2.2 millones de casos positivos en el mundo y 658 mil fallecimientos. Los países más afectados, son aquellos que no cuentan con recursos económicos suficientes para enfrentar el padecimiento, así como prevenir la enfermedad a tiempo.

En Latinoamérica, el cáncer de mama es la primera neoplasia más común en mujeres, con una incidencia de 152 mil casos anuales, cuya tasa de mortalidad ronda el 47% por cada 100 mil habitantes. Asimismo, conforme al INEGI, en el 2020 se registraron más de 7 mil 800 fallecimientos de mujeres por esta causa en México, lo que equivale al 8 por ciento de la población total que ha padecido algún trastorno cancerígeno.

Los factores para la aparición de esta patología son variados, pero influyen en gran medida dos aspectos: la alimentación y el estilo de vida. Por ello, la prevención es fundamental, ya que permite con anticipación detectar el padecimiento y atacarlo con prontitud. Aquí, la auscultación y revisión periódica, así como las mastografías, son indispensables en el cuidado a la salud.

Frente a esto, ¿Cómo estamos en México?

Las clínicas están rebasadas por la demanda. Existe insuficiencia en infraestructura, tanto preventiva como reactiva, especialmente en equipos para realizar las mastografías y llevar el tratamiento. Aunado a ello, hay una tendencia a la austeridad que ha mermado significativamente la capacidad del Estado y sus órganos para dar salida a este malestar. Tan sólo, del 2018 al 2020, el presupuesto nacional que se destinaba al tratamiento de este padecimiento, se redujo en un 57 por ciento. Ante este panorama, ¿Qué hacer?

En primer término, debemos apostar por la prevención y la detección oportuna, haciendo de la auscultación una práctica cotidiana que debe ser instruida desde el hogar y la educación básica.

En segundo lugar, debemos reforzar nuestras instituciones de salud pública, ampliar su cobertura, capacidad de atención e infraestructura, tanto en el área preventiva como en la de atención. Y si bien es cierto, la pregunta obligada es ¿de dónde saldrá el recurso económico?, me parece que ahí es donde el gobierno, en sus tres niveles, debe echar manos a la obra y buscar mecanismos de financiamiento, incentivos fiscales o convenios de colaboración con el sector privado, a fin de hacer equipo con la sociedad civil organizada.

Y en tercer lugar, debemos ser solidarios con las víctimas de esta terrible enfermedad. Es muy importante difundir los mecanismos para prevenir y detectar a tiempo el padecimiento, pero también, debemos ayudar a quienes han sufrido las consecuencias de esta patología, bríndales apoyo psicológico y emocional, arroparlas y abrirles mayores espacios para que reestablezca su vida cotidiana y puedan compartir, con seguridad y tranquilidad, sus experiencias. Me parece que estas y otras acciones pueden hacer la gran diferencia.

Recuerda, por una salud digna, “tócate, para que no te toque”.