Por: Abigail Arredondo Ramos

 

Publicada en el Periódico El Universal Querétaro

 

La relación del presidente con los medios de comunicación va en picada. Parece ser que al jefe del Ejecutivo no le preocupa desmentir los mensajes, sino acabar con los mensajeros. Prueba de ello fue la imprudencia que cometió al difundir en la mañanera, el teléfono personal de la representante de un medio de comunicación de alta credibilidad y prestigio: “The New York Times”.

El punto medular del reportaje (influencias del crimen organizado con los hijos del presidente), fue opacado por la imprudencia que cometió, poniendo en riesgo a esa periodista y afectando la integridad de miles de reporteros que se sintieron agraviados. Pero el asunto no paró ahí, en un arranque emocional, ante el cuestionamiento valido de que tenía que cumplir con la Ley de protección a datos personales, el presidente tuvo otra imprudencia, afirmó que: “por encima de la Ley está su autoridad moral”.  Vaya declaración.

Seamos claros. La libertad para expresar nuestras ideas, acceder a información y compartirla por los diversos medios a nuestro alcance, es fundamental para la democracia.

Parte de los aspectos que impulsaron a la Revolución Mexicana fue el reclamo por leer y escribir libremente. En esa época, el dictador Porfirio Diaz era implacable con su lema: pan o palo. Hombres como los hermanos Flores Magón tuvieron muy claro el sentido de esas palabras. No obstante, el derecho a la libertad de expresión ha vivido siempre bajo la sombra del temor y la mordaza que cae sobre los comunicadores. La historia del periodismo es prueba de ello. Una historia trágica, llena de sangre y lágrimas.

Y no solo lo digo por los 153 periodistas asesinados en los últimos 22 años, ni por los cientos de periodistas que viven el exilio forzado, víctimas de la persecución para ellos y sus familias en represalia por su trabajo, ni tampoco por los cientos de atentados que han sufrido medios de comunicación o la descalificación orquestada desde el oficialismo; sino también por todas aquellas personas, hombres y mujeres que, a lo largo de la historia, perdieron la vida por ejercer su derecho básico: la libertad.

La situación en nuestro país es grave. La persecución hacía el periodismo, sobre todo el crítico, es latente. Tan es así que se han prendido los focos rojos en el plano internacional.

Lo que pasó con la corresponsal del “The New York Times”, es un claro reflejo de que las y los periodistas están expuestos en este país. No existen los medios institucionales idóneos y necesarios para proteger su integridad. El presidente se excusa en que su gobierno no aplica la “ley mordaza”, pero en lo que no pone cuidado, es que tiene un gran ámbito de influencia sobre sus seguidores que pueden ocasionar reacciones negativas y polarización.

No es posible que seamos el país más peligroso en el mundo para ejercer el periodismo, superior incluso que naciones en guerra, como Ucrania. El gobierno federal hace oídos sordos y minimiza el fenómeno, atribuyéndolo al crimen organizado o a conflictos locales; olvidando que en lo que va de esta administración han muerto más de 33 periodistas.

Por ello, es importante que reflexionemos y analicemos los actos que desde el poder se emprenden para dañar a los corresponsales. Exijamos respeto, respeto a quienes buscan la verdad, a quienes son críticos y certeros en sus observaciones, a quienes con la fuerza de la pluma y la palabra rompen las barreras del secretismo, la corrupción y la impunidad.

Porque una libertad que no se ejerce plenamente no es libertad, esa libertad esencial para todos…la libertad de expresarnos.