Por: Abigail Arredondo Ramos
Columna publicada en el periódico El Universal Querétaro
Hoy se cumplen 38 años del terremoto de 1985, uno de los eventos más tristes, dramáticos y desafiantes para el pueblo de México. También se cumplen seis años del sismo ocurrido en el 2017, un hecho imprevisible y extraño, tanto por su coincidencia como por sus consecuencias.
Y es que, paradójicamente, en el mes donde reina la algarabía nacional, donde salimos con alegría a ondear la bandera y gritar entusiasmados “Viva México”, se presentaron dos de los hechos más tristes y lamentables de la historia reciente de nuestro país. Hechos que dejaron una herida abierta en nuestro pueblo que todavía no ha terminado de sanar, una herida que va desde la pérdida de seres queridos, hasta el dramático escenario de la destrucción masiva.
Así, en la intersección de los claroscuros, ambos sucesos demostraron la parte más triste de México, pero también, la grandeza de su gente, su solidaridad y apoyo incondicional frente a las adversidades. Fueron momentos en que México mostró que está hecho de una sola pieza, que ante las adversidades sabe sumar voluntades y que, como país, somos ejemplo de ahínco y fuerza. Ambos hechos dejaron claro que México es un pueblo resiliente y capaz de sobreponerse a lo que sea.
Aquí, en este punto, sociedad y gobierno han formado un círculo virtuoso, un círculo que parte de reforzar y difundir la cultura de la prevención y la protección civil. Con ese ánimo, vemos con agrado como todos los años se realizan simulacros en torno a evitar otra tragedia. Sin embargo, cabe preguntarnos si dichas acciones son suficientes, sobre todo en el aspecto económico; es decir, ¿estamos financieramente preparados para enfrentar otro evento de esa magnitud?
La realidad es que no.
Después del 2017, los seguros de daños por desastres naturales han aumentado su precio en un 200%, lo que deja en estado de indefensión a gran parte de la población, especialmente, los de escasos recursos; pero por el otro, en el 2021, la actual administración federal desapareció el Fideicomiso Fondo de Desastres Naturales, mejor conocido como FONDEN. Luego, ¿Qué seguridad tienen en su patrimonio quienes sean víctimas de otro sismo?
Debemos ser honestos y aceptar que no se cuenta con la prevención económica suficiente para hacer frente a otro suceso como lo acontecido en esos años. Si bien puede considerarse un aspecto secundario, pues por obvias razones siempre será lo primordial proteger la vida e integridad de la gente; también lo es que para muchas personas, un sismo puede representar la pérdida de todo su patrimonio.
Muestra de ello son los damnificados del sismo del 2017 que hasta la fecha siguen reclamando las indemnizaciones que supuestamente les serían entregadas y que viven en la calle o con viviendas improvisadas de lámina o cartón. Decenas de familias que perdieron todo y que, a más de un lustro de los hechos, siguen esperando el apoyo que se les prometió. Tal es así, que en agosto de este año, damnificados de 27 inmuebles que resultaron afectados por el sismo se manifestaron en el antiguo Palacio del Ayuntamiento por la falta de avance en la rehabilitación o reconstrucción de sus domicilios.
En ese contexto, la cultura de la prevención frente a este tipo de desastres debe ir más allá de un aspecto logístico o de organización para evitar la pérdida de vidas, sino además, de resiliencia económica, empezando por el gobierno, quien debería crear fondos específicos para este tipo de urgencias que sean eficaces y suficientes para responder por esos desastres, reestableciendo el nivel de vida de las familias afectadas.
Sin duda, todavía queda mucho por avanzar.